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Juan sin Credo

Arropados en el calor del público

Arropados en el calor del público

Estábamos jugando con las bolas de nieve cuando de una de ellas se desgajo un trozo de hielo en dónde estaba insertada una minicápsula del tiempo que contenía una documento sobre nuestro idolatrado Juan sin Credo, muestra de su importancia y conocimiento para los lectores de su época. Realizadas nuestras oportunas investigaciones, parece ser que tan ávido lector era un tal Postrergénito López, residente en la Villa de Vallecas y pastor de profesión. Cedemos, pues, el espacio a su pensamiento.

Me apeteció en ese momento de tranquilidad, en parte por el frío reinante que hacía en el exterior, impidiéndome salir a la calle a realizar ciertos recados, ya, también, porque me había quedado un momento solo, (repito ¡¡Solo!!) Momentos, como digo, únicos donde el individuo reaparece con una sonrisa de placer por encontrarse a sí mismo, ordenando su alteridad en relación al caos y la insignificancia de la muchedumbre universal.

Insisto en que en esos momentos, una de las tareas más gratificantes que me quedan por hacer es volver a releer los añosos archivos de uno de mis críticos de la cultura favoritos, el atrevido opinador Juan sin Credo. Sin más dilación ni tiempo que perder, dejo paso a sus palabras, fiel reflejo de una situación verídica en las que se intercalan voces amables de la fantasía que hacen aún más ameno su relato.

(María Pastor es Molly)

…Últimos días de noviembre, el frío se apodera de nuestro confort de gas natural y de emisiones o calentamiento global. Parecemos alimañas encogidas, sin ánima ni cuerpo, que garabateamos el alquitrán en la búsqueda de un nuevo confort, una nueva calefacción que nos permita desentumecer nuestras extremidades agarrotadas de insecto aterido.

Por fin hemos llegado, la Sala Guindalera monta Molly Sweeney de Brian Friel; nosotros sin ningún tipo de equipaje cultural ni referencia alguna, acaso nada más que la invitación del maestro Juan Antonio , nos acomodamos en nuestras butacas decididos a recordar.

Como conoceréis, la Sala Guindalera está dedicada a la innovación en torno al Teatro de Texto y con Brian Friel acierta de lleno. Éste es hermoso, conmovedor, emotivo. La historia de unos perdedores, capitaneados por Molly Sweenny, en la búsqueda de un nuevo significado que les redima y les oriente, cala hondo en los espectadores; enciende la reflexión sobre la idoneidad de emprender cualquier acción que pueda cambiar significativamente nuestra existencia.

(Elenco de la obra)

La puesta en escena es sobria y simbólica, apenas tres sillas, una para cada personaje, arribadas en una pequeña tarima individual, cubierta con una alfombra blanca que finaliza en otra perpendicular que va de derecha a izquierda y poco más. Las técnicas audiovisuales se adecuan con acierto y naturalidad a la acción dramática y es digno de mencionar el último cuadro que con un fondo de foco blanco proyectado sobre la tela oscura sirve como ventana del más allá al que regresa Molly después de habernos narrado su experiencia. Por último, el vestuario se resume en seda contemporánea de discretos tonos neutros que otorga cierto toque de elegancia.

María Pastor le da voz a la palabra sencilla de Molly Sweenny, una joven y sensible irlandesa, ciega desde los diez meses - criada al calor sensato de su padre, puesto que su madre frecuenta durante largos periodos estancias en los frenopáticos- que decide operarse de la vista gracias a la insistencia de su inestable marido Frank, y el prestigioso derrotado doctor Rice. La actriz principal transmite la fuerza y tensión que requiere el drama vital de Molly con el empleo equilibrado de los diversos tonos y registros necesarios para mostrar la melancolía del personaje que ha perdido la seguridad en sí misma –el sentido de su vida- al recobrar parcialmente la vista. También es acertado el cambio de ritmo o punto de inflexión, que empieza a resquebrajar esa imagen serena de Molly, cuando Ana Pastor nos deleita con un paso de baile de ambientación folclórica para sorprender nuestro mutismo, justo la noche antes de la operación que cambiaría la vida sencilla y feliz de Molly Sweenney.

(María bailando, santo y seña de Guindalera)

Frank y el Dr Rice son meros comparsas que arquitectan e inducen la transformación del frágil edificio de Molly hacia la ruina mental. Frank, encarnado por el televisivo Raúl Fernández, es un alocado aventurero sin destino que irrumpe a tierra quemada en los pacienzudos y frescos pastos donde se mece la vida de Molly. Disparatado, efusivo y temperamental, Frank embelesa de emoción, por ser su contrapunto más perfecto, la tranquila existencia invidente de Molly. Mi impresión es que Raúl Fernández no gradúa con exactitud los límites de la verosimilitud de su personaje y lo tiraniza hacia el imperio de la bufonización, que en cierto modo aligera la densidad trágica de la obra, relajando en carcajadas al espectador.

El Dr. Rice encarna la figura del intelectual y científico refugiado en un condado remoto que tiene como especialidad gastronómica el licor del grano del cereal malteado. Al trago de las dosis de ese licor le llegan las voces de la añoranza del torbellino cosmopolita de su pasado, donde se han quedado, fugados en adulterio, los cuerpos de su mujer con uno de sus mejores amigos.

(El doctor Rice con Molly)

Ese fracaso le lleva a cometer el proyecto faraónico de intentar devolverle la vista a Molly Swenny, a pesar de ser consciente del bajo índice de posibilidades de éxito. No se plantea la posibilidad de sumir a la protagonista en la desgracia moral y mental, como al final sucederá, porque sólo busca en el fondo su propia satisfacción. El personaje del Dr. Rice utiliza a la candorosa Molly en aras de su egoísmo para resarcirse del propio fracaso vital en el que está ahogando su vida.

José Maya sabe darle sustento necesario al rol actancial que representa la figura del Dr. Rice para mostrarlo creíble al espectador, con ese tono interesante y pausado que debe ofrecer un profesional de las capas altas: liberal y cínico. Aunque algunas veces se le presienta el lanzamiento de globos de texto a los rincones de su memoria, se le agradece el conseguido dualismo que establece con su antagonista Frank, creando un posicionamiento de simpatías repartido por el público.

(Raúl Fernández)

Para finalizar, concluiré con la puesta en escena -el montaje de la compañía- palabras ígneas que incendian estructuras preconcebidas cuando las pronuncia un crítico, porque se piensa que se pone en tela de juicio todo el valor y el esfuerzo del trabajo de una compañía, cuando resulta que el crítico no es más que un ignorante, al igual que posiblemente el resto de los espectadores que asisten a la obra, que pretende mejorar con su crítica la propia visión que él mismo ha tenido en la recepción del espectáculo teatral.

Brian Fiel nos llega mediante textos narrativos orales, en una sarta dinámica de tres voces complementarias, cuyo vértice se halla en la protagonista, realizada, como habíamos señalado, por María Pastor. Monólogo tras monólogo, sin apenas interacción entre los personajes -salvando un baile conjunto entre el matrimonio y un diálogo referido por la narración de Frank- se le va desgranando al público, con un hilo retrospectivo, ese suceso de la memoria, contado por boca de los mismos protagonistas, articulándose la historia ante el público como las piezas de un puzzle caleidoscópico.

En definitiva, montaje híbrido donde el espectador nota la ausencia y el calor de las réplicas y contrarréplicas que ofrecen el diálogo entre los actores, pasando a ser la parte activa de la comunicación textual del personaje. Esta vez nos tocó ser la mirada del tú y no ese ”escudriñas” al que le divierte mirar cómo hablan los otros…

(La nebulosa de Friel)

Dicen que vuelta al frío de las calles, azotaba en la garganta el viento en Diego de León, dicen que se fue incubando este texto como un virus, dicen que al tercer día con 38 º de fiebre. Así son los textos críticos de mi admirado Juan sin Credo, enfebrecidos y directos hacia la consecución de una voz propia, personal, compartida en la tarea de crear espacios de reflexión. Permítanme que les abandone, pero tengo que ponerme el termómetro y me parece que he vuelto a dejar de estar solo.

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