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Juan sin Credo

La butaca nihilista

El fenómeno ProtAgonizo

El fenómeno ProtAgonizo

 

Hubo una vez un momento, hablando de cerca con amigos, -me acuerdo, por ejemplo, aquella conversación que mantuve un día de vuelta a casa con Luz Sonora de la Partitura en la puerta de la Biblioteca Pública de Retiro- que me preguntaban si había tenido la ocasión de repetir la lectura de algún libro en determinados momentos de mi vida.

No suelo contemplar esa costumbre, bien es verdad, me gusta fagocitar novedades como si un protozoo emitiera un océano de pseudópodos. Pero lo cierto es que han sido varias las ocasiones en las que he vuelto a releer con interés esas páginas fascinantes sacadas de un clásico que me ayudaron a reflexionar sobre alguna situación en concreto o bien me sirvieron para sonreír acerca de ese sinfín de hechos narrados.

(Macrófago fagocitando)

Sin embargo, no sólo he repetido obras narrativas, las menos quizás, sino que he vuelto a leer y releer poemas inquietantes, emotivos, y, por supuesto, he vuelto a leer o asistir a la representación de una puesta en escena, como aquel cinéfilo que ve y no se cansa de ver más de mil veces la misma película de la que está profundamente enamorado.

De ese misma manera, me ocurre, como aquél que fotograma a fotograma disecciona cada una de las secuencias de su cinta favorita en busca de un nuevo escorzo de imagen, con el montaje de ProtAgonizo. Cada nueva ocasión, cada nueva lectura, descubro una distinta faceta de esa emperatriz de los escenarios llamada Ester Bellver.

(Ester frente al espejo)

Así fue, entonces, como me encaminé el domingo 6 de junio cuesta abajo calle Zurita, en pos de la Sala Triángulo, con la sabia intención de colocar otra pieza del puzle artístico sobre el recorrido vital de la fiera escénica en la que se transforma la experimentada actriz. A la puerta expectación, mientras que en la taquilla una atractiva mujer repartía una chapita de dos rombos para marcarnos el rumbo junto a un original marcapáginas igual que la cabecera de la ventana virtual de ProtAgonizo.

No conocía la Sala Triángulo, a pesar de las miles de veces que habré caminado mi bohemia por las cuestas de Lavapiés, y me llamó la atención su confortabilidad, su sosiego, su diseño cuidado y limpio. Se abrió la puerta del escenario y prisas por pasar ya que no estaban numeradas las entradas. Las gradas en altillo, como las de cualquier otra de las salas alternativas de la capital y el escenario a ras de suelo. No me senté todo lo mejor que hubiera querido, algo escorado a la izquierda del espectador, pero sí estuve cómodo.

(Sala Triángulo)

Completa oscuridad. Se enciende la luz con sorprendente sorpresa para recatados y amorales que chorrean su lascivia. A mí poco me importa y, aunque no lo parezca, esta vez me fijé más en los elementos de la utilería y me di cuenta de que Ester no está todo lo desnuda que parece.

Comienza los números: el de los números, el de la actriz medieval que repite y repite la frase, el de la tenista, el de la porra en la cabeza, el del día libre. La risa mana de la garganta. Pero también se desmenuzan los recuerdos de una época que ya se fue, un tiempo que nunca más volverá, de un amor desdichado que ya forma parte de nuestra memoria y que se desvanece como una nube de humo azotada por un mal viento. La amargura tiñe en negro los corazones.

(Claqué, claqué, claqué...)

Se suceden los acontecimientos ofreciéndose al espectador a la manera de un calidoscopio por parecer pequeños fragmentos dotados del color con el que Ester los sabe pintar. Así se muestran todos los sucesos de la infancia y la castrante educación recibida por las pérfidas monjitas.

También existe el tiempo de la poesía y de la música. Es conmovedor cuando narra el final del trabajo escénico y la recogida de la tramoya por los técnicos, con el símbolo del clavo erguido. En esta nueva oportunidad de ver a Ester tuve ocasión de fijarme mejor en su repertorio lírico que tiene su origen en los inicios de su carrera como actriz de revista.

(¿Los espejos devuelven la imagen?)

En definitiva una impresionante actuación que finaliza dejando una brisa de satisfacción en el espectador y un desasosiego permanente que hace brotar una necesidad intensa para querer volver de nuevo a ver ProtAgonizo y rescatar las múltiples proyecciones de la realidad que Ester Bellver plantea sobre el escenario.

Dicen que Juan sin Credo salió feliz cuesta arriba calle Zurita, camino del Suburbano, tras repetir ProtAgonizo. Dicen que al día siguiente leyó la entrada de la ventana virtual en el que tiene Ester volcado su trabajo y vio que estaba desanimada porque seis espectadores habían abandonado a medias el espectáculo. Dicen que Juan sin Credo ya le mostró su opinión y que no le importa volverla a escribir. Dicen que Juan sin Credo piensa que, exceptuando un indisposición, uno no puede abandonar el teatro dando un portazo porque faltas el respeto a los actores y a los demás espectadores, máxime cuando estás en una sala pequeña y tienes que pasar por delante del actor para salir. Dicen que para Juan sin Credo el público que asiste a una Sala Alternativa no es un cliente que siempre tiene la razón, pues si éste no tiene criterio no puede tener razón. No obstante dicen que a Juan sin Credo no le pareció mal el remedio propuesto por Ester de insertar en la función un intermedio y aquellos que se quieran marchar tienen ahí  su momento.

(Espero no sea el último baile que me dedica señorita)

Hacer o deshacer: así es la función

Hacer o deshacer: así es la función

Mi Egregio Postrergénito :

Este Pirandello fue el autor de Il fu Mattia Pascal, esa novela incomprensible que te tuviste que leer en aquella asignatura de libre configuración denominada la Novela italiana contemporánea, en la que también, afortunadamente, conociste nombres como los de Italo Svevo o Primo Levi, y al final la culminaste de sobresaliente manera.

Recuerda que a Pirandello lo entroncábamos con Unamuno, por ese conflicto que le surgía agónicamente al personaje, rebelándose contra su autor, como el caso del anarquista teórico de la nivola Niebla, Augusto Pérez.

(El gran Luigi)

Por este motivo, Seis personajes en busca de un autor abre la búsqueda de la elaboración de un concepto de autonomía del personaje respecto al autor, en donde el primero debe identificarse con su máscara, reduciendo y concentrando los distintos aspectos de su personalidad en rasgos esenciales...


Así nos preguntábamos entre las fronteras próximas de nuestra realidad quién era el doctor Lolo D´ia Trives o el tal Postrergénito López o quién eramos nosotros los CIENTÍFICOS FUTURISTAS, ¿Una creación fantástica del autor? ¿Una pesadilla sudorosa de algún dios? ¿Unos extraterrestres deshumanizados llegados desde otro vector espacio-temporal? Nada sabíamos sino nuestra obsesión permanente por rescatar todos los escritos habidos y por haber del íncubo, monomaniaco o monstruo del artificio y la ficción, nuestro idolatrado Juan sin Credo.

¿Quienes somos?

Esta vez el Presidente del Desgobierno anunció una serie de disparates entre los que se encontraba el recorte fundamental de los derechos adquiridos por la clase trabajadora durante tantos años de ridículas conquistas sociales. Nuestros innovadores aparatos de una ultrasensible frecuencia captaron entre tanta estulticia un rasgo heroico de infracrítica que proclamaba el nihilismo absoluto y la cada vez más necesitada capacidad de autogestión. Tales ondas micro-hercianas no podían pertenecer a otro sino al autócrata de su propio personaje el tan denostado Juan sin Credo.

Ya en nuestra Central de Alarmas, más sosegados tras el descubrimiento de un nuevo capítulo de su doctrina, tradujimos el mensaje cifrado que consistía en la asistencia al espectáculo dramático de La función por hacer, una producción de Kamikaze con Miguel del Arco y Aitor Tejada. Propuesta escénica basada en una adaptación muy libre de Seis personajes en busca de un autor, el 11 de mayo del 2010 en la Sala Pequeña del Teatro Español a las 20:30 horas.

(El dramaturgo)

-La función por hacer o Siempre fiesta- había sido la consigna del maestro López-Esteve.

-Ahora mismo en Madrid son las imprescindibles- me volvió a repetir allá por el día de san Jorge.

Siempre fiesta se me escapaba del calendario doméstico así que me acerqué a la Función por hacer. Venía escrito en el programa que la dramaturgia se apoya firmemente en la de Pirandello. Supongo que firmemente se referirá a la columna vertebral de la obra de tan ilustre literato italiano, es decir al trasunto central donde unos personajes fantasmagóricos irrumpen en la escena en busca de un autor para que de pábulo a su tremenda y desgarrada historia personal. De lo demás nada de nada. Ni son seis, sino cuatro y la interrupción no se hace en un ensayo sino que se produce en el desarrollo de una obra de teatro contemporánea muy vinculada a la famosa Art de Yasmina Reza.

(Los fantasmagóricos)

Los espectadores no sentamos alrededor de una alfombra rectangular -escenario a la italiana- y nos disponemos, serenos, a la contemplación de una vivencia, de un conflicto humano que nos hace estremecernos en la butaca. Una historia de amor, de celos, de envidia, de muerte aparece ante nuestra cognición en un puro regocijo de sentimientos, en una acción desbocada donde esa serie de personajes fantasmagóricos son capaces de conquistarnos el corazón.

Varias han sido las firmas críticas que han alabado esta puesta en escena desde sus inicios en los nocturnos del teatro Lara y no serán mis débiles teclas las que se pongan en contra. El elenco de actores es brillante. Sin apenas tramoya -un banco desvencijado- ni siquiera un fértil juego de luces -las mínimas- y con un vestuario sencillo de corte urbano los actores son el punto único de referencia que ha hecho de esta obra uno de las propuestas con más éxito de la temporada que ahora se acaba.

(Bárbara e Ismael)

Me quedo con Ismael Eljaralde, el Hermano mayor, por su temible raciocinio capaz de justificar cualquier hecho atroz, con la sensualidad gozosa que transmite Bárbara Leninie y con la macarrería violenta y sudorosa de Raúl Prieto, el Hermano menor, aunque, a veces, pierde el decoro y tiene parlamentos demasiado retóricos para el tipo de personaje que encarna. Del mismo modo, destacaría la coordinación simétrica que los seis actores acometen refugiándose entre los diversos puntos de la sala mientras algunos de ellos realizan su trágica alocución hacia el público.

Sin embargo, creo que el motivo principal que quiso comunicar Pirandello al escribir este drama no se ha conseguido. El impacto de irrealidad en la realidad de la primera trama no conmueve al espectador. En los inicios del siglo XXI el público está lo suficientemente adiestrado para que no obedezca a la histérica actriz, Miriam Montilla, y no abandone el teatro, desoyendo así los alaridos de sus súplicas. Quizá un gancho en las butacas que se hubiese levantado podría haber creado esa sensación de desestabilización de lo real pero ni siquiera la interpelación del final de esa misma actriz reprochando la apatía del público por no abandonar la sala convence al respetable.

(Escena de pasión)

En resumidas cuentas, una hermosa tentativa de los dramaturgos que nos señala la complejidad de las relaciones sociales en donde los sentimientos se sobreponen a los intereses y el instinto se pierde entre los laberintos de la sexualidad, abandonando al ser humano hacia la deriva de su propio destino que finaliza en tragedia.

Dicen que Juan sin Credo no confundió la realidad con la ficción hasta que no salió fuera de la Sala y vio aparcados sendos vehículos oficiales a las puertas del Español, con una bella tapicería de cuero y unas enormes dimensiones, pertenecientes a la firma Audi. Dicen que, posiblemente, con motivo de la inauguración del Festival de Otoño en Primavera, algún alto cargo estaría en ese acto. Dicen que tres días después el Presidente del Desgobierno anunció las medidas sociales más restrictivas de toda la democracia reciente y Juan sin Credo pensó que porqué siempre tienen que ser los mismos los que paguen los efectos de la crisis.

(El Desgobernador)

Pasen y vean el maravilloso mundo del Circo...

Pasen y vean el maravilloso mundo del Circo...

Señorres y señorras ante ustedes va a comensar el texto crítico más fascinante del mundo. Un atrevido don Nadie, apellidado sin Credo bien os hará reír, bien os hará llorar, pero siempre, siempre intentará haseros de asero y que vuestras lágrimas surjan en un destello próximo a donde nasen los pensamientos con fundamento...

(Logotipo Titirimundi)

Mal se había levantado el día, monótono de nubes oscuras, para contemplar la diaspora de titiriteros concentrados en Segovia durante su XXIV Festival Internacional de hilos, muñecos e ilusiones para niños y mayores. Advertidos por la experiencia del año anterior, al quedarnos a las puertas de varios espectáculos, preferimos ser cautos y sacar la entrada por internet. Aún así, nos hubiera gustado asistir, en el Museo Esteban Vicente, al espectáculo Sapito, de la mano de los Italianos Gioco Vita.

De este modo, con nuestro billete cautivo en el bolsillo, nos acercamos Rivimar Saavedra de las Conesas, el Principe de los Ángeles, Francisco I y aquí el que la tecla oprime sin freno, Juan sin Credo, deambulando entre las legendarias piedras del Acueducto hasta el Patio de la Casa del Sello, actual Cámara de Comercio, donde, según pudimos escuchar de boca de los esforzados voluntarios del Titirimundi, tras el séptimo año consecutivo volvía a colgar el cartel de No hay entradas, el único, el genuino y auténtico domador de las Pucas Savantes.

(Momento previo al espectáculo)

Pertrechado con una casaca roja al uso, unas botas altas de caña negras, un patalón ajustado y un enorme y desgastado látigo, este veterano ilusionista nos mostró su hercúlea labor de domeñar a tan indómitas y minúsculas fieras con el nombre de Mimí, Sasá y Lulú.

La primera, extraída del pelo de un tigre de Bengala, nos hizo una demostración de fuerza, sólo al alcance de ciertos privilegiados. Sasá, criada en las montañas sin oxígeno del Perú, nos heló la sangre con su vertíginoso número de trapecista, pero con quien se nos paró el corazón fue con la intrépida Lulú que, despreciando su vida, saltó por el interior de un pequeño anillo de fuego, levantando la admiración del nutrido público que contemplaba embobado el espectáculo debajo de la emocionante carpa.

(Momento de máxima tensión)

El delirante final se desarrolló en el exterior del recinto, cuando el domador incendió la mecha de un cohete que, con las tres pulgas en su interior, estalló a varios metros de altura, y, asombrosamente, cayeron sobre una red que él portaba.

Aplausos unánimes brotaron en una cascada de amiración de los maravillados niños e incrédulos mayores que disfrutaron con la espontaneidad, el acercamiento y el ingenio de este excelente actor que en tan sólo veinte minutos supo sacar múltiples carcajadas e inocentes sonrisas a todos los asistentes a su mágico Circo de las pulgas.

 

(Momento de máxima intensidad)

Dicen que Juan sin Credo y los suyos salieron muy satisfechos de la actuación, recordando entre ellos cuál había sido la parte que más les había gustado. Dicen que llegando a la Plaza del Azoguejo sonaba la melodía del Tío-vivo Le Manegue Magique, que exhibe una exhuberante belleza plástica y visual con sus elementos juliovernianos. Dicen que no se pudieron resistir a que El Principe de los Ángeles, Francisco I se montara en una de sus piezas y disfrutaran boquiabiertos de las pequeñas muestras de fantasía que a veces hacen tan felices a niños y a mayores.

(El Tío-vivo de la fantasía)

La paciente penitencia del público

La paciente penitencia del público

Últimamente he intentado leer los relatos pertenecientes al libro Caras B de la música de las esferas del flamante ganador del Premio Anagrama de Ensayo 2010, Eloy Fernández Porta, gracias a su reflexión sobre el amor y el capitalismo con el nombre de Eros. La superproducción de los afectos.

Tales artefactos narrativos, publicados por la editorial Debate en el 2001, gozan de un mecanismo inextricable que, honestamente, me ha sido imposible desentrañar. El primero de ellos, titulado Making off, creo que trata sobre las conversaciones entre un director de cine con los actores, manteniendo una serie de relaciones transversales, entre la realidad y la ficción, que no conducen a ninguna parte. El narrador es ultraobjetivo, frío, distante. A modo de cámara fílmica se suceden las secuencias narrativas sin ser capaces de transmitir ninguna emoción, ningún sentimiento. En definitiva, un indigesto e insoportable relato para mi caprichoso y decadente gusto.

(El nocillero inenarrable)

De la misma manera, también me ocurrió con la filmografía del director portugués Pedro Costa. Su película, tan laureada por la crítica de la revista Cahiers du Cinéma, Juventude em Marcha, me pareció insufrible con esas escenas tan lentas que adolecen de un mínimo sentido cinético, sin apenas diálogo y el poco que hay, para colmo, es en un idioma distinto al castellano.

Sin embargo este desasosiego o ansiedad que anida en el alma cuando existe una presencia de rechazo hacia un agente extraño no me sucede con la obra dramática del reflexivo Juan Manuel Romero. Bien es verdad que su teatro necesita, al igual que los dos autores citados con anterioridad, de un público comprometido, un público que participe y se implique con los retazos existencialistas que les abruma desde los atormentados labios de esos personajes creados por el dramaturgo.

(El dramaturgo existencial)

Porque si el teatro de Juan Manuel tiene una sólida arquitectura es debido a la búsqueda incesante del Santo Grial que contiene las sagradas palabras. No encontraremos elaboradas coreografías ni rápidas transiciones o equívocos que conducen a situaciones disparatadas pero si el anhelo de una prensión de una ínfima vaharada que contenga al menos una minúscula parcela de la Verdad. El teatro de Juan Manuel es un teatro donde predomina el texto, esculpido y embellecido, muy cercano al simbolismo propuesto por el género lírico, intentando transformar la prosaica realidad que nos atrapa sin remedio encaminándonos hacia los sucios sumideros de la mediocridad.

Podemos entonces encontrar muchos defectos y carencias en el estreno de su Prisionero en mayo en la Sala Lagrada el 29 de abril del 2010. Sobre todo una descompensación en el trabajo de los actores, en donde uno de ellos absorbe y minimiza el de los demás que pone en serio peligro el resultado escénico. Pequeñas anomalías propias del ajuste que con el rodaje, estoy plenamente seguro, quedaran resueltas.

(El equipo de Prisionero)

A pesar de estas mínimas imperfecciones recomiendo la asistencia al espectáculo -que desde el jueves hasta el domingo que viene (20-23 de mayo) estará en la Sala Montarcagas- a todos aquellos que necesiten escuchar el aliento de un latido en rabiosa lucha por la creación de una conciencia humana, alejada del espíritu gregario y desindividualizado que actualmente nos gobierna, para que recuperemos durante las dos horas de representación la frescura de nuestra dignidad maltrecha.

Dicen que Lolo D´ia Trives y Juan sin Credo salieron con criterios dispares poniendo en tela de juicio los gustos y deseos del público. Dicen que Lolo D´ia Trives encumbró el juego escénico barroco del gran Calderón. Dicen que Juan sin Credo iba a tomar la palabra cuando una horda de cláxones y petardos, provenientes del otro Calderón, con bufandas multicolores celebraban, gregarias, su éxito del pase a una final europea. Dicen que pensó que lo que al público mayoritariamente le gusta son los enfrentamientos épicos de nuestra bélica deportiva moderna y que les dejen de zarandajas sobre las disputas entre la lírica y la dramática textual.

(Pan y Circo oe, oe, oe)

La amistad germina de la mano

La amistad germina de la mano

Después de la gran tormenta caída, con fuerte aparato eléctrico, como consecuencia de la borrasca que atravesó la capital denominada Bathory contra la 613, volvimos de nuevo a la Casa de Vacas para asistir, el domingo 18 de abril, al espectáculo teatral titulado Mundolobo y Hojalata, por la compañía Ítaca, juntos en familia Rivimar Saavedra de las Conesas y el Príncipe de los Ángeles, Francisco I.

La obra que seleccionamos obedecía a unos clarísimos criterios epistemológicos basados, fundamentalmente, en el conocimiento empírico de la realidad escénica y no es que conociéramos la obra, que no la conocíamos, pero sí habíamos tenido la fortuna de presenciar el año pasado -durante el IX Festival de las Artes Escénicas de Alcalá de Henares- el buen trabajo actoral de María José Sarrate y Giovanni Holguín representando El licenciado Vidriera.

(Cartel del Licenciado Vidriera)

En esta ocasión, se sumergen en la piel de unos personajes con un enorme calado sentimental que atrapan la candidez e inocencia de todo el público infantil mediante una sencilla historia que resalta los valores del respeto y la aceptación de aquél que es diferente.

Mundolobo no tiene nada que ver con el resto de los animales de su especie porque carece de ferocidad. Pirula, una trapera que vive en la periferia de una gran urbe cualquiera, a la que llaman Hojalata, adquiere el compromiso de, en el periodo de un disco lunar, enseñarle esa cualidad, a cambio de un buen montón de monedas. Al término del plazo no consigue los objetivos previstos, aunque si logrará granjearse una fiel amistad con Mundolobo.

(Mundolobo y Hojalata)

Historia sencilla dirigida, aproximadamente, a niños menores de diez años que sonrieron con las palabras, los gestos y los bailes de estos camaleónicos actores, dotados con un vestuario cercano al de los payasos, sobre todo el de Giovanni, con esos pantalones anchos de cuadros anranjados, mientras que María José, portaba un mono azul al estilo de los integrantes del teatro del pueblo.

Finalmente, subrayo el excelente trabajo artesanal realizado por Pepe Ortega con espacio escénico de la casa de madera de Hojalata que, tristemente, sólo al final de la representación aparece desplegada, causando la admiración no sólo de los niños sino también de los adultos que allí estábamos disfrutando de la dramaturgia.

(Apariencia final de la casa)

Dicen que al final de la función los niños se acercaron hasta el escenario para recoger una semilla que regalaron al público Mundolobo y Hojalata. Dicen que Juan sin Credo pensó que esta semilla significaba el germen de una amistad con unos actores que habían sido capaz de transmitir unos sentimientos de admiración por el teatro tanto al hijo como al padre.

(Logotipo de la Compañía)

Los golpes de la vida

Los golpes de la vida

 Infinito en la amistad y en la polémica distante:

Cuánto te encarezco de corazón la asistencia a Urtain.

Recuerda que fue Itxi Estuñiga la causante del descubrimiento cuando, por sorpresa, compró dos entradas para el Teatro Tomás y Valiente de Fuenlabrada, dentro del circuito de la Red de Teatros de la Comunidad de Madrid de la temporada 2008-2009.

Más tarde, con su reposición en el Valle-Inclán al año siguiente, repetimos la visión del montaje el día previo a mi natalicio con mis amados progenitores y así aprovechamos para darles la buena nueva...

(Teatro Tomás y Valiente)

De Postrergénito a D´ia Trives, como de Isabel a Fernando y vuelta de nuevo a empezar. Reliquias de la postmodernidad, palabras huecas nunca escuchadas que atrapan la existencia angustiosa del héroe; nuestro santón nihilista Juan sin Credo.

Por aquel entonces, nosotros los CIENTÍFICOS FUTURISTAS, nos encontrábamos inmersos en una vorágine de fatiga sin descanso. Papeles absurdos, burocracia huera, insatisfacción generalizada. ¡¡¡ Astenia de primavera !!!. Afortunadamente, sucedió que recibimos una llamada desde la oficina para la Recuperación de la Memoria de las Víctimas del Franquismo -con el permiso pertinente de la Falange Española- porque habían encontrado un guante de boxeo, perteneciente a un muñeco roto de la dictadura, que alojaba en su interior un extraño documento fechado a 18 de abril de 2010.

(Guante de boxeo)

Nos daba en la nariz que detrás de este misterio se encontraba la figura del idolatrado Juan sin Credo pero no queriendo recibir un derechazo directo al mentón que nos dejara KO, enviamos a nuestro especialista en púgiles marginados por el olvido, entre los que figuran Young Sánchez o Policarpio Díaz "El Potro de Vallekas", para resolver un enigma que acabará, ya de por todas, con el último combate.

Así fue. A un lado del ring Juan sin Credo, un crítico radical de la cultura, alineado con la corriente de pensamiento de la escuela nihilista-cartesiana. Un don nadie, un cualquiera, un denostado por su talante de libre pensador que le excluye de todos los círculos del pensamiento único. Al otro lado, ufano por sus nominaciones en los Premios Max, el Peso Pesado de Urtain; un texto de Juan Cavestany bajo dirección de Andrés Lima, en una coproducción del Centro Dramático Nacional y Animalario.

(Trofeo de los premios Max)

Al sonar el dong de la campana comienza la lucha textual para dirimir si el documento de Juan sin Credo es del gusto de sus únicos y fieles lectores. Sólo puede quedar un vencedor aunque nuestro idolatrado siempre ha crecido rodeado de derrotas.

¡¡DONG!!

Tanto nos había hablado Lolo d´ia Trives acerca de la puesta en escena de Urtain que cuando la repusieron en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán me encaminé hasta allí con la suerte de encontrarme con una prorrogación del espectáculo durante dos semanas más. Las entradas se habían volatilizado pero gracias a ese tiempo extra en cartelera pudimos obtener dos magníficas localidades centrales para el último día de la función.

(Comienza el combate)

Cuanto menos es curioso la asistencia al teatro en horario vespertino, una hora después de la mítica taurina, además se daba la coyuntura de que estaban próximos los premios Max y siendo el último día de función reinaba en el ambiente un denso perfume de famoseo. De este modo pudimos ver a mucha gente guapa entre los que destacaban Guillermo Toledo, la última galardona con el Goya a la mejor actriz Lola Dueñas y un sinfín más de caras conocidas en el mundillo del artisteo.

El espacio escénico es un cuadrilátero de boxeo que tiene en tres de sus lados las butacas del público, dejando uno libre como pasillo para las transiciones de los actores. Se apagan las luces y comienza la función con la voz de Freddy Mercury y Monserrat Caballé cantando el himno de las Olimpiadas de Barcelona, gran hito de la España contemporánea. A partir de este momento comienza el viaje en una cuenta atrás desde la muerte por suicidio de Urtain, ocurrida pocos días antes del inicio de los Juegos, hasta la muerte de su padre, ocurrida unos cuarenta años antes también en circunstancias brutales.

(El Aita pierde la apuesta)

Cada round, pues es esa la manera de representar el computo temporal, es un fragmento de vida de ese personaje infeliz en manos de unos cuantos desalmados enriquecidos a su costa, convirtiéndole en un mono de feria y en el hazmerreír de toda una generación educada en una fórmula caduca que era incapaz de subirse al tren de la modernidad y que adoraba a ídolos de barro como el propio Urtain, Joselito, Marisol, etc.

Plasmado el contenido psicológico de la obra pasaré a señalar los aspectos técnicos y escenográficos. En la primera escena aparece un juego de arneses que elevan al actor principal para mostrar la caída libre que acabó con la vida de Urtaín. Poco más con el atrezo, algunas sillas que determinan la redacción del periódico o los bancos de los contrincantes en las esquinas del ring.

(Los claro-oscuros)

Sin embargo las luces, el vestuario y la música cobran una inusitada relevancia para que la representación aparezca dotada con un ritmo trepidante, sin apenas tregua ni descanso para el espectador. Si empiezo con la luminotecnia del espectáculo habré de señalar la predominancia del claro oscuro y el aporte de la luz cenital producida por el cañón que persigue al Presentador y que consigue unos efectos distorsionados cuando se proyecta sobre la bola giratoria de lentejuelas en una de las secuencias cercanas al final.

El vestuario conjuga la elegancia del traje con corte clásico de los periodistas o el abrigo del secretario franquista con la sencillez del bonete de los paisanos del Aita. Las mujeres también aparecen con unos vestidos que resaltan su sensualidad, entre los que destaca el atrevido conjunto de cuero del desafortunado papel de la Biquini.

(La algarabía trémula)

Si se habla de la música se tiene que citar a sus representantes más admirados del momento, Rocío Jurado, y, por encima de todo, Raphael. Es memorable el número donde el actor Luis Bermejo, dentro de un cuadro escénico con un aire surrealista, arranca las carcajadas del público con una imitación grotesca que sugiere ofrecernos un estado hiperbólicamente etílico del personaje que representa.

En cuanto a los actores me detengo en la desbordante pasión y entrega de Roberto Álamo en el papel principal. Para mí han quedado impresos en la retina sus ademanes, su dicción, sus golpes contra la lona. Si alguna vez tengo que recordar la figura de Urtain será la encarnada por Roberto Álamo aquella que me venga a la memoria. Roberto ha sido capaz de crear un icono sobre la figura de un ser humano; un icono que conmueve, que nos hace sentir una inmensa pena y lastima por su zarandeado y trágico destino.

(Roberto Álamo, alias Urtain)

Por lo que toca al resto del elenco apunto la realización de un gran trabajo actoral en conjunto, como en las coreografías de revista, en las modulaciones radiofónicas de las retransmisiones o en la tertulia de humo de los parroquianos del bar en el Barrio del Pilar o del caserío familiar próximo a Donosti. Podía haber sobrado la humillación sexual que recibe la primera mujer de Urtain a manos de él mismo bastante degradante, así como un excesivo protagonismo en los diferentes lances del Presentador, papel realizado por Víctor Masán, o en la ya referida hiperactuación de Luis Bermejo imitando a Raphael.

En fin, una satisfactoria velada dramaturgilística -es también impresionante el número en el que a Urtain se le infrige su dolorosa derrota mediante los golpes recibidos desde una esponja mojada- de la mano de Andrés Lima con muchos ingredientes combinados que la convierten en un auténtico espectáculo que transgrede los límites convencionales del arte teatral.

(Urtain pierde)

Dicen que Juan sin Credo, después de una endogámica ovación de más de quince minutos bajó, despeñándose por los peldaños, hacia al ambigú del teatro para conseguir el texto de Juan Cavestany. Dicen que le dijeron que estaba agotado como de la misma manera se lo comunicaron en una conversación telefónica que mantuvo al día siguiente con una responsable de la librería Yorick de Bilbao, especializada en el campo teatral (atenta mujer que, por cierto, también había disfrutado con el espectáculo total de Urtain allá en el norte). Dicen que Juan sin Credo aún recelaba de algunos momentos de la obra, sobre todo de aquellos impregnados con aires de revista, pero, su apuesta Rivimar Saavedra de las Conesas le convenció al argumentarle que esos cuadros escénicos estaban contextualizados perfectamente reflejando esa etapa gris del tardofranquismo, donde predominaba un ambiente cultural subdesarrollado que fagocitaba a sus propias y fragiles criaturas.

(El bailecito)

Y parece que al tercer día resucitó...

Y parece que al tercer día resucitó...

 Mi impertérrito doctor di´a Trives:

Sabiendo el afecto que sientes hacia la ciudad de Segovia -bañada por las aguas del sencillo Eresma, en cuyas riberas descansan las cenizas de tu amado abuelo- no quería dejar pasar la ocasión de comentarte que según Garci Ruiz de Castro El Santo Cruçifixo de Sathiuste es un cruçifixo que le truxo una yegua blanca quebrados los hojos. En su seguimiento venían unos gascones de tierra de Gascuña...

(Vista de la ciudad del Acuaducto)

Así es como empieza otra de las epistolas perteneciente a la correspondencia inédita entre Postrergénito López y el doctor di´a Trives, dos de los discípulos más radicales que han cumplido, a rajatabla, los mandamientos de la doctrina de nuestro idolatrado Juan sin Credo.

Mientras, nosotros, los CIENTIFICOS FUTURISTAS, pasabamos, plácidamente, unos días de descanso cuando se encendió la señal de alarma de nuestros potentes medidores de frecuencia. Hace unos dos mil diez años, en el monte de las Calaveras, más conocido por el Gólgota, había desaparecido un cuerpo de un crucificado que respondía al nombre de Cristo. Once siglos después reaparece uno llamado de los Gascones en la repoblación de Segovía, durante los tiempos de Alfonso VIII, pero su primera referencia documental no está fechada hasta el 12 de abril de 1628.

 

(La segoviana apellidada Zamora)

Tienen que pasar trescientos setenta y nueve años para que una segoviana vuelva a representar el Misterio del Cristo de los Gascones y tres años después aparecerá el documento, que a continuación vamos a plasmar para regocijo de sus únicos y fieles lectores, datado a 4 de abril de 2010, de nuestro santón nihilista, Juan sin Credo, sobre la puesta en escena de dicha obra por la compañía Nao d´amores, bajo dramaturgia de Ana Zamora y dirección musical de Alicia Lázaro, en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares.

Domingo de Resurrección. La calle mayor de Alcalá está engalanada con banderitas nacionales pendientes de sus balcones. Los paseantes lucen sus mejores prendas con primoroso planchado y el perfume de la primavera se funde en la solapas de los más castizos que abarrotan las primeras terrazas de las temporada.

(Cristo yacente)

Asimismo se encuentra la sala del Corral de Comedias, tanto que me tienen que habilitar un silla cerca del pasillo lateral al haberse vendido más aforo del volcado en la red. En esta posición, que mejora la inicial, comienza el espectáculo.

Con estruendosos sonidos de carraca se abre paso por el pasillo lateral hacia un escenario limpio de decorado -exceptuando las sillas de las músicas junto a los antiguos instrumentos de cuerda y viento- una procesión de uniformados de negra sotana con el Cristo de los Gascones en andas.

(El Cristo)

A modo de vía crucis, se irá desarrollando la acción dramática con ese acento lejano de la lengua castellana de nuestros más remotos antepasados mediante la superposición de diversos textos de varios autores fundacionales -entre los que se pueden destacar a Gómez Manrique, Diego de San Pedro o Fray Íñigo de Mendoza-.

Desde el punto de vista técnico es reseñable el dinámico juego de luces que enriquece las transiciones entre cada paso, con unos marcados tonos azules opalinos, verde palido y amarillo mortecino. Por otro lado, el acompañamiento musical alcanza cotas de estremecimiento desde las cálidas caricias sonoras infundidas por la vihuela, el cromomo, la espineta o la viola de gamba de la mano, o de los labios, según así sea, de Alicia Lázaro, Eva Jornet, Isabel Zamora y Sofía Alegre.

(Azul del renacer)

Mientras de los actores se puede decir que manejan con maestría las estructuras versales de la lengua romance pre-renacentista. Sobre Elvira Cuadripani recae el mayor peso actoral representando a la madre de Cristo. David Faraco, en el papel de Pedro -es admirable el sonido imitando al canto del gallo-, Alejandro Sigüenza, en el de Juan y Natí Vera -tan bién caracterizada estando en cinta-, en el de María Magdalena, son también los artífices de dar vida al personaje principal de esta protolitúrgica obra.

Porque no debe caer en el olvido que toda esta puesta en escena gira alrededor de la talla de madera articulada que encarna la figura de Cristo. Un muñeco que cobra vida en manos de sus titiriteros mostrándose socarrón, campechano y, sobre todo, de una saltona, profunda e inquietante mirada inocente. A favor de esta elaborada vivificación resalta la experimentada formación de David Faraco que completó sus estudios en el Laboratorio de Investigación sobre el Teatro de Sombras que la Compañía Giocco Vita dirige en Piacenza.

(Cristo en movimiento)

Para finalizar marcó mi comentario con otros símbolos que acompañan a la representación, como son los cirios que se encienden y apagan -con la correspondiente esencia a fósforo de la cerilla- el desprendimiento de la sotana para dejar a la vista otra uniformada camisa roja y el apoteósis del Cristo elevándose en un ejercicio pseudocircense de los actores con una muestra de milagroso equilibrio.

En definitiva una conmovedora dramaturgia la de Ana Zamora y su compañía Nao d´Amores que la clasifican, dentro del panorama nacional, como la principal rescatadora del teatro inaugural de la cepa hispana. Una reliquia religiosa engarzada en la tradición de todos aquellos que nos educamos con los últimos coletazos de nacional-catolicismo y que hace reflexionar sobre cuanto hubiera cambiado la posición actual de nuestra fe si hubiera sido aprendida con tanta sensibilidad nacida bajo el auspicio de una inmejorable calidad artistica.

(Cristo con Elvira)

Dicen que Juan sin Credo coincidió en la salida con un grupo de alzacuellos ortodoxos que no tenían su misma visión prístina de la puesta en escena puesto que tenían el semblante ceñudo e irascible. Dicen que Juan sin Credo pensó que toda la simbología ritual que envuelve a la representación estaba perfectamente en consonancia con el calendario religioso de la doctrina católica. Dicen que Juan sin Credo cree que es, precisamente, con el momento de la Pascua en donde radica el éxito emotivo del montaje.


...E dixole ca auia rressuçitado

e trocosse en aveçilla

e sentose alla destra del Padre Ominpotent...

Fíate del Cornudo y verás su Luz

Fíate del Cornudo y verás su Luz

 Inestimable Postrergénito:

Vaya problemática con la autoría que ofrece el Condenado por desconfiado. Varios hispanistas afirman que su pertenencia es de tu pariente el fraile mercedario Gabriel López Téllez, como así se recoge en la Segunda parte de las comedias del maestro Tirso de Molina, impresa en Madrid en el año de 1635.

(Segunda parte de las comedias)

Sin embargo, otros autores a principios de la década de los setenta del pasado siglo, entre los que figuran el profesor Alan Paterson o el padre Manuel Penedo Rey, postularon que la paternidad sobre dicho drama teológico no era de Tirso de Molina, aduciendo argumentos bastante endebles que fueron refutados por la profesora norteamericana Ruth Lee Kennedy.

No obstante, una década después, el profesor Alfredo Rodríguez López-Vázquez volvió a plantear de nuevo este problema con unas pruebas filológicas bastante más sólidas, aunque todavía insuficientes. Otorga, supuestamente, la autoría de la obra al sevillano Andrés de Claramonte.

(Andrés de Claramonte)

Relaciones del contenido -el cese de las disputas teológicas por esos años entre la doctrina de la predestinación y el libre albedrío- o asombrosos paralelos estructurales, además del motivo del pastorcillo, entre El Condenado y El gran rey de los desiertos de San Onofre, del propio Claramonte, son las razones con las que cuenta el profesor Rodríguez, apoyadas también por el estudioso Ciriaco Morón, para atribuir la obra al autor de La Estrella de Sevilla.

En fin, espero que toda esta amalgama de información pueda servirte para evitar la condena que te confiaron...

(Logotipo Universidad de Oklahoma)

 

Cada vez estábamos más seguros de la vinculación de las teclas de Postrergénito López en los textos apócrifos de Juan sin Credo. Aún, nosotros los CIENTÍFICOS FUTURISTAS, no contamos con los datos suficientes pero existe un estudio en ciernes por la Universidad de Oklahoma que demuestra un uso desmedido de la conjunción concesiva puesto que en lugar del aunque -la relacionada con el estilo juansincrediano- en los escritos encontrados en el Monasterio de Santa María de la Valldigna.

Calentábamos motores, por fin recuperado nuestro permiso de circulación de nuestras naves intertemporales, para rastrear alguna nueva e insignificante muestra que nos permitiera descubrir una pista oculta del tal Postrergénito tomando en vano el nombre de nuestro idolatrado Juan sin Credo, cuando recibimos una señal desde la mítica Bodeguita del Medio.

(La famosa Bodeguita del Medio)

En una de sus tantas franquicias repartidas por el ancho mundo, habían descubierto que con el licor de melaza, aquel que se emplea para darle el toque final a la especialidad de la casa, se provocaba un aumento de la gradación etílica con la inmediata y consiguiente borrachera de la clientela al primer mojito que se bebían.

Preocupados por el descenso de las ventas, nos avisaron para salvar el negocio, a cambio de una suculenta y ventajosa reducción en el precio de las consumiciones ingeridas. Nos tomamos una, preparaban la siguiente y con el primer sorbo amargo, mascamos una dentellada con el sabor a azúcar de los mejores momentos de Juan sin Credo.

(La filóloga)

Así fue como apareció otro de los textos del santón ácrata. Esta vez se refería a la asistencia al Condenado por desconfiado, en el Teatro Pavón, por el CNTC, con versión de Yolanda Pallín, bajo la dirección de Carlos Aladro, el 18 de marzo de 2010. Para que no quede ni siquiera una gota de hierbabuena en la copa textual de nuestros archivos digitales exprimimos al máximo el licor de las palabras de Juan sin Credo para gozo y regocijo de sus únicos y fieles lectores.


Antevíspera de primavera, tras un invierno largo, lluvioso, que aún muestra una tenaz resistencia a marcharse y se perpetuará en la memoria como uno de los más ásperos que recuerdo, me acerqué, de nuevo, al Pavón para compartir butaca con los Condeses de Abascal, que, por cierto, huelga decir que es una exquisita, a la par que discreta, compañía.

(El dramaturgo)

Comienza la función Paulo, interpretado por Jaime Soler, muy azul, brillando azul, intensamente azul, con un parlamento de desconfianza ante su salvación, a pesar de llevar diez años retirado en una cueva y portar un hábito impoluto con un precioso rosario de madera. En la segunda escena, su criado Pedrisco, Arturo Querejeta, llega por el pasillo central con una cesta de arpillera, haciendo de gracioso, demasiado gracioso, excesivamente gracioso.

Llegados a este punto me toca rebatir el elevado tono de comicidad impulsado por Yolanda Pallín a la dramaturgia. Dios me libre de pugnar con la erudita acerca de si la obra es un drama teológico o una comedia de bandoleros. Es verdad, y aquí coincido con la acertada opinión del conde de Abascal, que, durante esta temporada, los montajes del CNTC tienen en común una pasada de vuelta en la tuerca del engranaje de la maquinaria cómica, quizás como un guiño de complicidad al gran público.

(Paulo y Pedrisco) 

Continúa la representación con la aparición del Diablo en escena; luz muy roja, roja de condena, eternamente roja. Francisco Rojas es santo de mi devoción, desde que me cautivó por su papel como Melchior en el Auto de los Reyes Magos de la mano de Ana Zamora. Su grave voz de trueno relampaguea por toda la escena, estentórea y duplicada por los efectos de las nuevas tecnologías. Puede ser cierto que marque unas maneras demasiado afectadas y su vestuario con traje de frac no invite al pecado de la soberbia, aún más si le sumamos la cursilada de las alas de Ángel cándido, con las que, primeramente, se aparece ante Paulo, en la secuencia del engaño.

Más valor tiene el diseño de la cabeza de Macho Cabrío, con el que se caracteriza en las últimas escenas, aunque, nuevamente, se debilita y difumina su presencia al tener que combatir contra las bellas angelitas lascivas -Muriel Sánchez y Eva Tarancón, que a su vez desempeñan el papel de Celia y Lidora, respectivamente- que le arrebatan al criminal Enrico, -Daniel Albadalejo en su línea generalizada de galán altivo- de sus sulfurosas pezuñas, rezumadas en un fuerte olor a azufre. 

(El galán)

Pero la peor parte de toda la obra se la lleva el Pastorcillo -Rebeca Hernando- personaje rígido, demasiado atenazado en sus movimientos, brazos en aspas, pasos de plomo. Comprendemos, que Paulo haga caso omiso de las señales divinas que por su boca se le muestran.

Sin embargo, estas minúsculas imperfecciones del montaje no empañan el arriesgado trabajo de hacer inteligible e interesante una de las obras mayores del fraile mercedario que, aparentemente, tratan sobre un tema carente de interés en la actualidad como es el de la predestinación o el libre albedrío.

(Enrico se redime y se salva)

La escenografía simbólica del embarcadero confeccionado con planchas de madera como motivo vertical de ascensionalidad y descenso está muy bien conseguida. Del mismo modo, hay que señalar el acierto de las cortinas que separan espacios para terminar cayendo y convertirse en olas de la Puerta del Mar, al ser agitadas por las actrices principales de la comedia.

También es reseñable la música en directo del instrumento de cuerda. El arpa, a manos de Sara Águeda, acompaña, magníficamente, con su acordes los momentos con mayor tensión dramática del espectáculo. Además, no convendría olvidarse de los pequeños elementos de la utilería, como son los faroles que representan la llama de la vida. Del vestuario a la manera goyesca, opino que es una visión romántica por parte del director muy respetable.

(El arpa de Sara Agüeda)

En definitiva, un positivo rescate de un género, el drama religioso, pujante en el corpus de nuestro teatro áureo, del que se puede destacar de su puesta en escena, sin duda alguna, el diseño de la iluminación, a las órdenes de Pedro Yagüe, y su importancia para caracterizar ambientes, momentos y personajes.

 

Dicen que los Condeses de Abascal y Juan sin Credo salieron satisfechos del Pavón y que hablaron, cercana la Semana Santa, de su penitencia y condena, visto el rebaño y el mal trabajo de algunos mayorales en las tan sufridas majadas. Dicen que los bien pensantes Condeses purgarían sus penas en las Islas Maldivas, vía Malpensa, y que Juan sin Credo con los suyos realizarían sus ejercicios espirituales en el archiconocido Monasterio de Santa María de la Valldigna. Dicen que antes de tal peregrinación a tierras tan sanas bebieron el cáliz del licor alcohólico y olvidaron, en una explosión de granos azúcar, sus veniales pecados guiados por la doctrina del libre albedrío.

(Purgando pecados)