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Juan sin Credo

Los golpes de la vida

Los golpes de la vida

 Infinito en la amistad y en la polémica distante:

Cuánto te encarezco de corazón la asistencia a Urtain.

Recuerda que fue Itxi Estuñiga la causante del descubrimiento cuando, por sorpresa, compró dos entradas para el Teatro Tomás y Valiente de Fuenlabrada, dentro del circuito de la Red de Teatros de la Comunidad de Madrid de la temporada 2008-2009.

Más tarde, con su reposición en el Valle-Inclán al año siguiente, repetimos la visión del montaje el día previo a mi natalicio con mis amados progenitores y así aprovechamos para darles la buena nueva...

(Teatro Tomás y Valiente)

De Postrergénito a D´ia Trives, como de Isabel a Fernando y vuelta de nuevo a empezar. Reliquias de la postmodernidad, palabras huecas nunca escuchadas que atrapan la existencia angustiosa del héroe; nuestro santón nihilista Juan sin Credo.

Por aquel entonces, nosotros los CIENTÍFICOS FUTURISTAS, nos encontrábamos inmersos en una vorágine de fatiga sin descanso. Papeles absurdos, burocracia huera, insatisfacción generalizada. ¡¡¡ Astenia de primavera !!!. Afortunadamente, sucedió que recibimos una llamada desde la oficina para la Recuperación de la Memoria de las Víctimas del Franquismo -con el permiso pertinente de la Falange Española- porque habían encontrado un guante de boxeo, perteneciente a un muñeco roto de la dictadura, que alojaba en su interior un extraño documento fechado a 18 de abril de 2010.

(Guante de boxeo)

Nos daba en la nariz que detrás de este misterio se encontraba la figura del idolatrado Juan sin Credo pero no queriendo recibir un derechazo directo al mentón que nos dejara KO, enviamos a nuestro especialista en púgiles marginados por el olvido, entre los que figuran Young Sánchez o Policarpio Díaz "El Potro de Vallekas", para resolver un enigma que acabará, ya de por todas, con el último combate.

Así fue. A un lado del ring Juan sin Credo, un crítico radical de la cultura, alineado con la corriente de pensamiento de la escuela nihilista-cartesiana. Un don nadie, un cualquiera, un denostado por su talante de libre pensador que le excluye de todos los círculos del pensamiento único. Al otro lado, ufano por sus nominaciones en los Premios Max, el Peso Pesado de Urtain; un texto de Juan Cavestany bajo dirección de Andrés Lima, en una coproducción del Centro Dramático Nacional y Animalario.

(Trofeo de los premios Max)

Al sonar el dong de la campana comienza la lucha textual para dirimir si el documento de Juan sin Credo es del gusto de sus únicos y fieles lectores. Sólo puede quedar un vencedor aunque nuestro idolatrado siempre ha crecido rodeado de derrotas.

¡¡DONG!!

Tanto nos había hablado Lolo d´ia Trives acerca de la puesta en escena de Urtain que cuando la repusieron en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán me encaminé hasta allí con la suerte de encontrarme con una prorrogación del espectáculo durante dos semanas más. Las entradas se habían volatilizado pero gracias a ese tiempo extra en cartelera pudimos obtener dos magníficas localidades centrales para el último día de la función.

(Comienza el combate)

Cuanto menos es curioso la asistencia al teatro en horario vespertino, una hora después de la mítica taurina, además se daba la coyuntura de que estaban próximos los premios Max y siendo el último día de función reinaba en el ambiente un denso perfume de famoseo. De este modo pudimos ver a mucha gente guapa entre los que destacaban Guillermo Toledo, la última galardona con el Goya a la mejor actriz Lola Dueñas y un sinfín más de caras conocidas en el mundillo del artisteo.

El espacio escénico es un cuadrilátero de boxeo que tiene en tres de sus lados las butacas del público, dejando uno libre como pasillo para las transiciones de los actores. Se apagan las luces y comienza la función con la voz de Freddy Mercury y Monserrat Caballé cantando el himno de las Olimpiadas de Barcelona, gran hito de la España contemporánea. A partir de este momento comienza el viaje en una cuenta atrás desde la muerte por suicidio de Urtain, ocurrida pocos días antes del inicio de los Juegos, hasta la muerte de su padre, ocurrida unos cuarenta años antes también en circunstancias brutales.

(El Aita pierde la apuesta)

Cada round, pues es esa la manera de representar el computo temporal, es un fragmento de vida de ese personaje infeliz en manos de unos cuantos desalmados enriquecidos a su costa, convirtiéndole en un mono de feria y en el hazmerreír de toda una generación educada en una fórmula caduca que era incapaz de subirse al tren de la modernidad y que adoraba a ídolos de barro como el propio Urtain, Joselito, Marisol, etc.

Plasmado el contenido psicológico de la obra pasaré a señalar los aspectos técnicos y escenográficos. En la primera escena aparece un juego de arneses que elevan al actor principal para mostrar la caída libre que acabó con la vida de Urtaín. Poco más con el atrezo, algunas sillas que determinan la redacción del periódico o los bancos de los contrincantes en las esquinas del ring.

(Los claro-oscuros)

Sin embargo las luces, el vestuario y la música cobran una inusitada relevancia para que la representación aparezca dotada con un ritmo trepidante, sin apenas tregua ni descanso para el espectador. Si empiezo con la luminotecnia del espectáculo habré de señalar la predominancia del claro oscuro y el aporte de la luz cenital producida por el cañón que persigue al Presentador y que consigue unos efectos distorsionados cuando se proyecta sobre la bola giratoria de lentejuelas en una de las secuencias cercanas al final.

El vestuario conjuga la elegancia del traje con corte clásico de los periodistas o el abrigo del secretario franquista con la sencillez del bonete de los paisanos del Aita. Las mujeres también aparecen con unos vestidos que resaltan su sensualidad, entre los que destaca el atrevido conjunto de cuero del desafortunado papel de la Biquini.

(La algarabía trémula)

Si se habla de la música se tiene que citar a sus representantes más admirados del momento, Rocío Jurado, y, por encima de todo, Raphael. Es memorable el número donde el actor Luis Bermejo, dentro de un cuadro escénico con un aire surrealista, arranca las carcajadas del público con una imitación grotesca que sugiere ofrecernos un estado hiperbólicamente etílico del personaje que representa.

En cuanto a los actores me detengo en la desbordante pasión y entrega de Roberto Álamo en el papel principal. Para mí han quedado impresos en la retina sus ademanes, su dicción, sus golpes contra la lona. Si alguna vez tengo que recordar la figura de Urtain será la encarnada por Roberto Álamo aquella que me venga a la memoria. Roberto ha sido capaz de crear un icono sobre la figura de un ser humano; un icono que conmueve, que nos hace sentir una inmensa pena y lastima por su zarandeado y trágico destino.

(Roberto Álamo, alias Urtain)

Por lo que toca al resto del elenco apunto la realización de un gran trabajo actoral en conjunto, como en las coreografías de revista, en las modulaciones radiofónicas de las retransmisiones o en la tertulia de humo de los parroquianos del bar en el Barrio del Pilar o del caserío familiar próximo a Donosti. Podía haber sobrado la humillación sexual que recibe la primera mujer de Urtain a manos de él mismo bastante degradante, así como un excesivo protagonismo en los diferentes lances del Presentador, papel realizado por Víctor Masán, o en la ya referida hiperactuación de Luis Bermejo imitando a Raphael.

En fin, una satisfactoria velada dramaturgilística -es también impresionante el número en el que a Urtain se le infrige su dolorosa derrota mediante los golpes recibidos desde una esponja mojada- de la mano de Andrés Lima con muchos ingredientes combinados que la convierten en un auténtico espectáculo que transgrede los límites convencionales del arte teatral.

(Urtain pierde)

Dicen que Juan sin Credo, después de una endogámica ovación de más de quince minutos bajó, despeñándose por los peldaños, hacia al ambigú del teatro para conseguir el texto de Juan Cavestany. Dicen que le dijeron que estaba agotado como de la misma manera se lo comunicaron en una conversación telefónica que mantuvo al día siguiente con una responsable de la librería Yorick de Bilbao, especializada en el campo teatral (atenta mujer que, por cierto, también había disfrutado con el espectáculo total de Urtain allá en el norte). Dicen que Juan sin Credo aún recelaba de algunos momentos de la obra, sobre todo de aquellos impregnados con aires de revista, pero, su apuesta Rivimar Saavedra de las Conesas le convenció al argumentarle que esos cuadros escénicos estaban contextualizados perfectamente reflejando esa etapa gris del tardofranquismo, donde predominaba un ambiente cultural subdesarrollado que fagocitaba a sus propias y fragiles criaturas.

(El bailecito)

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