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Juan sin Credo

La oficina de los disparates

La oficina de los disparates

 

Habíamos arreglado los desperfectos de una de nuestras naves intertemporales planetarias, causados por el fundamentalismo de la violencia verbal del adlátere principal de Eva Rufo, el tal Pedrito el Faltón. Queriendo pasar página a este asunto tan desagradable para nuestros intereses acerca del resurgimiento de la denostada doctrina crítica de Juan sin Credo pensamos en emplear las mejores telas de camuflaje urbano a la venta en la Grandes Superficies Civiles de Consumo.

(Última tecnología de la comunicación)

Aprovechando el gasto, incluimos en nuestros receptores de información un teléfono, cuyo curioso timbre de aviso era una voz en off que decía: -teléfono- De esta forma, fue como recibimos el último documento del ingobernable e inaguantable Juan sin Credo, por vía oral, transcrita electrónicamente a nuestra base de datos, gracias a la inclusión de las últimas tecnologías de diseño con la que se dotó a nuestra nave debido a las reformas producidas por la lapidación de los radicales del CNTC.

(Logotipo de la fuente de conflictos)

No queriendo dilatar ni siquiera un diptongo, no fuera que se convirtiera en hiato, ponemos a disposición de nuestros únicos lectores el último texto rescatado de Juan sin Credo con fecha de 25 de noviembre de 2009, en la Sala Pequeña del Teatro Español, dentro del XXVI Festival de Otoño, bajo libro y dirección de Claudio Tolcachir, cuyo título es Tercer cuerpo.

(Otra vez el logotipo del Festival)

Me había propuesto esta vez, sin saber ciertamente si pudiera ser posible, el ponerme estupendo. Abandonar por un momento los ropajes bufos del nihilismo para mostrar mi semblante más circunspecto y dejar de lado el estrepitoso soniquete de la ridiculez y la estulticia. Tal ocasión lo merecía.

Era mi intención hacer un alegato en defensa de la proyección de nuestro teatro nacional contemporáneo, en particular sabéis mi predilección por la figura del joven pero avezado dramaturgo Juan Manuel Romero (ver crítica http://postrergenito.blogia.com/2009/041101-no-hay-mayor-prision-que-la-de-un-alma-oscura.php). Por este sencillo motivo, me parecía que iba a tener mayor capacidad de persuasión el enfocar la crítica desde un punto de vista serio y grave frente a tanto cachondeo y tontería grotesca.

La recepción de cualquier tipo de espectáculo depende en gran medida del estado de ánimo del espectador. La impresión que éste se lleva suele ser, por tanto, bastante subjetiva, ya que atiende a numerosos factores. Depende de cómo se encuentre cada uno en ese momento cumbre y puntual del directo en escena. También influye en esta percepción, el gusto teatral en el que está educado el espectador, característica que se va cultivando representación tras representación.

(Aledaños del Teatro Español)

Quizá mi incomodidad o retorcimiento en la butaca, posiblemente, se debía a que había puesto demasiadas expectativas en la figura de Tolcachir. No era para menos. La crítica oficial había alabado sin cesar su obra La omisión de la familia Coleman, estrenada en el 2005 y recién caída del cartel del Teatro Español a las puertas de los Santos, a la que no llegué a tiempo para ver, pues dos semanas antes habían colgado el cartel de No hay entradas.

Con estas impresiones me planté en la puerta del Español. El Padre de las Criaturas, acompañado en esta ocasión del sentimental Abel Prisionero, me facilitó la entrada. La Sala Pequeña del Español se asemeja a las pretensiones de cualquier otra sala alternativa de la ciudad. Eso sí, contando con el respaldo económico y publicitario del erario público municipal. Mi asiento estaba cerca de donde se ubica la cabina de luces y sonido. Como sus técnicos no tuvieron mucho trabajo, se les escuchaba de vez en cuando su molesto e irrespetuoso cuchicheo.

(Héctor al teléfono)

Empieza la función a telón abierto representando una oficina desvencijada y anacrónica. Todo el nutriente de la puesta en escena es la savia segregada por la raíz del absurdo que se hinca en los sagrados sembrados del género cómico. Buena muestra de esto es la secuencia en la que se escribe la carta del funeral de la madre de uno de los personajes.

Además, se entrelazan diversas acciones que tienen un tronco común consistente en una falta de respuesta, de sentido, de esperanza. El espacio de la oficina es asfixiante -muy similar a ese claustrofóbico salón del Ángel exterminador- del que apenas, los personajes principales pueden escapar.

(Moní y Héctor, con fondo de desorden) 

Sandra, interpretada por Melisa Hermida, no puede satisfacer su ansia de maternidad con un marido de segundas que termina por abandonarle. Moní, papel desempeñado por Daniela Pal, es una inadaptada que termina viviendo en la propia oficina. Héctor, personaje representado por José María Marcos, es un cincuentón homosexual, al que se le acaba de morir la madre. Manuel y Sofía, Hernán Grinstein y Magdalena Grondona respectivamente, son una pareja ciclotímica que no saben dosificar con equilibrio su atormentada pasión. Personajes insatisfechos, delirantes que nos muestran el abismo de su fracaso, de su desengaño, motivo por el cual están abandonados al tercer y último cuerpo del edificio de su propia ruina.

La inclusión de la pareja en la trama principal de la vida en la oficina, a mi parecer, me parece demasiado abrupta. Únicamente aportan un mínimo grado de tensión dramática porque nos preguntamos que tendrán que ver esos pegajosos enamorados que permanecen durante toda la obra ora besuqueándose ora discutiendo. Hasta que al final se incorporaran a dicha trama mostrándonos un inesperado desenlace.

(El director)

Otro guiño a la inverosimilitud se da cuando, tanto Sandra como Héctor, hablan con el vacío, bien como si fuera el doctor que está tratando la infertilidad de la primera o bien como si fueran sus respectivos amantes. En estas escenas el espectador tiene que hacer un esfuerzo añadido de imaginación para activar los mecanismos de la fantasía que no ha sido capaz de componer el director.

En definitiva, al igual que con Daniel Veronese, nos inyectamos una nueva dosis de teatro de actor, sin música, si apenas juego de luces y sin vestuario donde el texto teatral, a pesar de mostrarnos un reflejo de las carencias e insuficiencias en las relaciones afectivas que se dan en la actualidad, presenta un escaso valor estético y si sobrevive es gracias al elenco de actores que trabaja con brillantez.

(Moní y las nuevas tecnologías)

Dicen que Juan sin Credo salió defraudado de la Sala Pequeña del Teatro Español debido a la escasa calidad literaria que atesora el texto teatral Tercer Cuerpo. Dicen que Juan sin Credo piensa que hoy en día apenas se aprecia un buen texto- como, por ejemplo, el de la obra Prisionero en Mayo, donde la poesía y el aporte del bagaje cultural es un beneficioso elemento de alto calado que enriquece la presencia escénica- sino que sólo se mide la efectividad de la taquilla y la carcajada fácil o el que bien me lo he pasado sin pensar en nada. Dicen que Juan sin Credo ha llegado a la conclusión de que siempre nos ha gustado ser demasiado provincianos apreciando aquello que viene de fuera antes de hacer caso a todo lo bueno que tenemos dentro porque nos hace ser más modernos, más cosmopolitas y, también, más estúpidos y desagradecidos con nuestros propios dramaturgos y demás creadores.

(Los oficinistas preocupados)

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