El lazo cósmico de Pandur está sin cobertura
Francamente, para que negarlo: ¡¡ Estábamos de enhorabuena !! Después del filón descubierto en el monasterio de Simat de la Valledigna -aún a sabiendas de que aquellos cartapacios encontrados contenían documentos pertenecientes a un género menor- no habíamos vuelto a recibir ningún encargo para confirmar la autenticidad de restos textuales atribuidos a nuestro idolatrado Juan sin Credo
Al final la esperada llamada llegó. Después de un estío lleno de hastío sin teatro a pedir de boca , el retorno se hizo -si se nos permiten la taurina expresión- por la puerta grande. Desde Mérida, Marco Vespasiano Agripa hablaba emocionado, tras el otro lado de la línea, por lo que parecía un magnífico descubrimiento realizado gracias al trabajo de los pertinaces arqueólogos José Ramón Mélida y Maximiliano Macías.
(Teatro romano de Mérida)
En una actividad frenética de múltiples excavaciones sin precedentes en el lugar denominado por los lugareños las Sietes Sillas, en donde, supuestamente, estaba situada la Cavea media del Teatro Romano, cerca de lo que hoy en día podemos denominar banco de prensa, se extrajo una extraña inscripción que llamó de inmediato la atención de estos dos graves eruditos. No pudiendo averiguar su ignoto significado, se pusieron en contacto con su mentor, que a su vez recurrió a nuestro sofisticado equipo de detección para desentrañar esa ilegible escritura que, como no, resultaba ser de nuestro descarado e irreverente Juan sin Credo.
La labor de investigación puso sobre la mesa un texto crítico sobre Medea, bajo la dirección de Tomaz Pandur y con Blanca Portillo, en el papel estelar, fechado a 27 de agosto del 2009, como representación exclusiva del 55 Festival de Mérida. A partir de este momento, siendo nuestra principal obligación científica el mostrar tan feliz hallazgo, cedemos el espacio a las iconoclastas palabras del denostado Juan sin Credo para regocijo y pábulo de nuestros únicos y fieles lectores.
(Tomaz Pandur)
En verdad me digo que no sé cómo empezar. En verdad la visita a Mérida me supuso una sobredosis emocional, desde el punto de vista dramático, difícil de superar. En verdad me digo que todas las expectativas alimentadas durante tanto tiempo fueron, satisfactoriamente, superadas.
Al principio fue la respuesta a un capricho de mi querida amiga Zeniala Volvoreta, prendada tras asistir al -tan injuriado por la crítica madrileña y en especial por Santiago Martín Bermúdez en el número 327 de la revista Primer Acto- Hamlet de Pandur. Ilusión que fue creciendo hasta convertirse en realidad después de colocar al dulce retoño durante al menos treinta horas y tras casi mil kilómetros en las espaldas de chapa de nuestro sufrido monovolumen.
(Zeniala Volvoreta)
Hasta allí llegamos, al reclamo de la llamada de los Balcanes, entre unas piedras con más de 2000 años de antigüedad. Puede afirmarse que Mérida es una ciudad irregular, al menos en su casco antiguo, donde la arquitectura de las viviendas tradicionales está jalonada con bloques de viviendas, totalmente funcionales, que le otorgan un triste aspecto de desencanto.
Fue el gran Javinchi Light, técnico de iluminación de la obra, paisano de nuestra aguerrida narradora oral, el que ejerció de fantástico cicerone y nos permitió ascender en la categoría de espectadores hasta el rango de ayudantes del equipo técnico, con localidad reservada en el banco de prensa; en el que, por cierto, se encontraba también Daniel Albadalejo, tras un merecido descanso después del largo peregrinar de La estrella de Sevilla por los veraniegos corrales hispánicos.
(Albadalejo como Sancho IV)
Estuvimos merodeando por las ruinas, tras la estampida de los turistas, en el sofoco de la tarde agonizante, cuando Blanca Portillo calentaba la voz ante la inminente elevación del lazo cósmico mediante un dirigible negro más los dos globos que le servían para obtener el equilibrio. Una hora antes del comienzo de la función ya estábamos ocupando nuestras localidades bajo una cálida luz de las estrellas que permitían un respiro y tregua sobre el calor apretado entre las piedras.
(Momento previo de la ascención del lazo. Imagen gentileza de Paco el muerto)
Diez minutos antes de las 23:00 -cuando los espectadores estaban abarrotando el Teatro Romano en un día de diario cualquiera- vimos pasar a un extraño personaje que se colaba entre el público, deambulando con una vieja maleta. El musical bucle sempiterno machacaba un ritmo intensificado bajo una lluvia de flashes fotográficos, camino de un escenario repleto de fardos de paja, que formaban, a su vez, un laberinto en una de las partes de la Orchestra, de cuyo centro se elevaba ese enorme lazo negro, vía de comunicación, según nos explicó Davinchi Light, con los Dioses del Olimpo.
(Un personaje desterrado. Imagen gentileza de Paco el muerto)
Tras su estreno en el año 431 a. C., varios han sido los autores que a lo largo de los siglos han recreado el mito de Medea. Así nos encontramos a Séneca, Cornielle, Anouilh, Bergamín, Sastre y el propio Pandur, con una dramaturgia de Darko Lukic y Livija Pandur. Tal como dice Vicente Cristóbal -en su artículo Mitología clásica en la literatura española de la edad media y del renacimiento, en el número 6 de los Cuadernos de la literatura griega y latina- el mito surge de una constante reinterpretación y actualización con el fin de hacerse inteligible a la nueva civilización en la que se instala. De esta manera, nos encontramos ante una visión de Medea, por parte de Pandur, como paradigma del refugiado contemporáneo, apátrida y desarraigado, con unas atroces secuelas de su oscuro pasado que le persiguen como una zahiriente y alargada sombra.
Así se nos presenta esta primera escena, con Medea en el centro del escenario asediada por unos inquisidores reporteros sacados de la delatora escuela de Joseph McCarthy, instalados en cada una de las siete escaleras, abrumando con sus preguntas condenatorias a la protagonista que estalla en un quejido de angustia.
(Josep McCarty, el "brujo rojo")
Tras este barullo se rompe en el escenario una pared de fardos donde está escondido el centauro Quirón, uno de los mejores aciertos de Pandur, que no aparece como personaje ni en Euripides ni en Séneca, pero que según la tradición fue el maestro de Jasón. Quirón será la profunda voz de la conciencia, el análisis certero de los hechos. Asier Etxeandía pasa con nota el examen del Teatro Romano de Mérida, mostrando un envidiable estado de forma y manifestando una fiel recreación de los rasgos equinos, fruto de un duro y esforzado entrenamiento. Decir en favor de nuestro gran Davinchi Light la habilidad y destreza al marcarle los pasos de trote con un juego rápido de los focos que causan el deleite y el asombro de los más interesados espectadores.
(Coche de época del rey Egeo. Imagen gentileza de Paco el muerto)
Los barridos del escenario son impresionantes, con los perros de presa de los hombres de Creonte, con los segadores, las acordeonistas, la procesión del cortejo nupcial de Creúsa, las niñeras con los cochecitos de paseo, modelo Vittoria Peonia, los ancestrales antruejos que nos traen un aroma añejo de una cultura milenaria común mediterránea, o el Peugeot 404 con la roulotte, también de época, del mítico rey de Atenas Egeo. De este modo es como Pandur enamora, como avezado discípulo que bebe, insaciable, en las fuentes de inspiración del gran escenógrafo checo Josef Svoboda. El espectáculo inflama la retina en una fiesta ágil de fértiles movimientos, proyectados bajo una minuciosa y exacta coreografía.
Pero teatro, en el sentido castizo del término, poco, bien poco. Los diálogos entre los actores se pierden en el precipicio de una verosimilitud nada creíble. El personaje de Jasón es el peor parado, pues se amilana ante el torrente exponencial de fuerza bruta escénica que plasma Blanca Portillo. En la escena doméstica, desarrollada entre el laberinto de fardos, se bordea una interpretación patética; con la canción de Perfidia de fondo, Medea lava la ropa interior y bate huevos mientras Jasón, representado por Alberto Jiménez, se acicala para cometer el público y “ventajoso” adulterio.
(Imagen del cortejo nupcial. Imagen gentileza de Paco el muerto)
Julieta Serrano nivela el trabajo actoral con un papel soberbio en la figura de la Nodriza, que absorbe parte de las estrofas y antiestrofas que Euripides cede al Coro. También realizan con bastante dignidad su trabajo los catorce actores restantes en sus papeles de Argonautas, o periodistas, y mujeres de la Cólquide.
Incompresible el lugar que ocupan en escena los niños haciendo de los hijos de Medea y Jasón. En cuanto a Blanca Portillo, musa y diva de Tomas Pandur, le salva su rigurosa profesionalidad, aunque cuando declama los largos monólogos, flaquea en la dicción y se difumina el sentido del texto en los mármoles más elevados del frontispicio. Además en sus disputas con Jasón le anula hasta desintegrarle, sobre todo en la escena del apoteosis con el lacrimosa de Mozart. Por no citar la nana final, completamente desafinada.
(Partitura de la lacrimosa de Mozart)
En definitiva, para mi gusto Pandur debería engrasar la maquinaría humana y así poder ofrecer un producto más acabado, donde la coreografía no fuera sólo un broche dorado, resquebrajándose sin la esencia principal de toda obra de teatro que es hacer ver a los espectadores una apariencia similar de la verdad sobre las tablas.
Dicen que Juan sin Credo y los suyos acompañaron a Davinchi Light hacia el Peristilo donde estaban sirviendo un excelente jamón serrano -exclusivo para el elenco de actores y el equipo técnico- financiados por la Junta de Extremadura y magistralmente cortado por el campeón del mundo en la materia, Nino Jiménez.
Dicen que tras unos combinados servidos en la zona habilitada cerca del Aula Sacra, éstos ya pagados de sus propios bolsillos, hablaron y hablaron del excesivo presupuesto del Festival de Mérida.
Dicen que la florida manceba, Rivimar Espejo-Saavedra de las Conesas, dijo que menos jamón y más subvención a grupos de teatro, con una enorme calidad como la que atesora, sin ir más lejos, la compañía Vuelta de tuerca.
Dicen que abandonaron el recinto a horas intempestivas y que llegando a su destino Juan sin Credo recordó haberse olvidado unas gafas de sol, una camisa, una cazadora y este escrito rescatado tras las excavaciones realizadas cerca de lo que tiempo atrás se pudo denominar banco de prensa.
1 comentario
Zeniala Volvoreta -
Será porque me tocó las alas que dejé inmóvil mi lengua y mi pensamiento,
dejando que toda la ira de Medea me alcanzara no como un rayo, sino como toda una tormenta eléctrica.
Coincido con él en que Jason encoge en cada frase,
la Nodriza se crece en cada exhalación,
pero esta pequeña volvoreta quedó fascinada con Quirón,
que ya en el intermedio de Hamlet en el Matadero
rompió moldes con su soberbia interpretación de cabaret.
Asier Etxeandía que es el otro de los nombres que gasta este personaje
me demuestra que todos llevamos dentro un animal,
él en concreto de la especie híbrida y mitológica...
bedito centauro que vuelve a hacer batir mis alas...
y volando marcho hacia la próxima katarsis...
¿conseguirá la siguiente obra de teatro que deje de ser una crisálida?