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Juan sin Credo

Pasen y vean el maravilloso mundo del Circo...

Pasen y vean el maravilloso mundo del Circo...

Señorres y señorras ante ustedes va a comensar el texto crítico más fascinante del mundo. Un atrevido don Nadie, apellidado sin Credo bien os hará reír, bien os hará llorar, pero siempre, siempre intentará haseros de asero y que vuestras lágrimas surjan en un destello próximo a donde nasen los pensamientos con fundamento...

(Logotipo Titirimundi)

Mal se había levantado el día, monótono de nubes oscuras, para contemplar la diaspora de titiriteros concentrados en Segovia durante su XXIV Festival Internacional de hilos, muñecos e ilusiones para niños y mayores. Advertidos por la experiencia del año anterior, al quedarnos a las puertas de varios espectáculos, preferimos ser cautos y sacar la entrada por internet. Aún así, nos hubiera gustado asistir, en el Museo Esteban Vicente, al espectáculo Sapito, de la mano de los Italianos Gioco Vita.

De este modo, con nuestro billete cautivo en el bolsillo, nos acercamos Rivimar Saavedra de las Conesas, el Principe de los Ángeles, Francisco I y aquí el que la tecla oprime sin freno, Juan sin Credo, deambulando entre las legendarias piedras del Acueducto hasta el Patio de la Casa del Sello, actual Cámara de Comercio, donde, según pudimos escuchar de boca de los esforzados voluntarios del Titirimundi, tras el séptimo año consecutivo volvía a colgar el cartel de No hay entradas, el único, el genuino y auténtico domador de las Pucas Savantes.

(Momento previo al espectáculo)

Pertrechado con una casaca roja al uso, unas botas altas de caña negras, un patalón ajustado y un enorme y desgastado látigo, este veterano ilusionista nos mostró su hercúlea labor de domeñar a tan indómitas y minúsculas fieras con el nombre de Mimí, Sasá y Lulú.

La primera, extraída del pelo de un tigre de Bengala, nos hizo una demostración de fuerza, sólo al alcance de ciertos privilegiados. Sasá, criada en las montañas sin oxígeno del Perú, nos heló la sangre con su vertíginoso número de trapecista, pero con quien se nos paró el corazón fue con la intrépida Lulú que, despreciando su vida, saltó por el interior de un pequeño anillo de fuego, levantando la admiración del nutrido público que contemplaba embobado el espectáculo debajo de la emocionante carpa.

(Momento de máxima tensión)

El delirante final se desarrolló en el exterior del recinto, cuando el domador incendió la mecha de un cohete que, con las tres pulgas en su interior, estalló a varios metros de altura, y, asombrosamente, cayeron sobre una red que él portaba.

Aplausos unánimes brotaron en una cascada de amiración de los maravillados niños e incrédulos mayores que disfrutaron con la espontaneidad, el acercamiento y el ingenio de este excelente actor que en tan sólo veinte minutos supo sacar múltiples carcajadas e inocentes sonrisas a todos los asistentes a su mágico Circo de las pulgas.

 

(Momento de máxima intensidad)

Dicen que Juan sin Credo y los suyos salieron muy satisfechos de la actuación, recordando entre ellos cuál había sido la parte que más les había gustado. Dicen que llegando a la Plaza del Azoguejo sonaba la melodía del Tío-vivo Le Manegue Magique, que exhibe una exhuberante belleza plástica y visual con sus elementos juliovernianos. Dicen que no se pudieron resistir a que El Principe de los Ángeles, Francisco I se montara en una de sus piezas y disfrutaran boquiabiertos de las pequeñas muestras de fantasía que a veces hacen tan felices a niños y a mayores.

(El Tío-vivo de la fantasía)

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