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Juan sin Credo

¿A quién disparan los cañones?

¿A quién disparan los cañones?

Mi despierto y vivo doctor di´a Trives:

En la actualidad no ha sido posible recabar ningún otro dato sobre ese tal Brecht del que me pediste información. Se ha convertido en un nombre más para el que la nube espesa de la Historia ha desatado la tormenta del olvido. Recuerda que los escasos retazos de su biografía y obra nos los proporcionó el erudito de ascendencia germánica Otto von Pitten.

 

(Otto von Pitten en su juventud)

 

Precisamente, estuve intentando comunicarme con él el otro día, pero me dijo su secretaria que estaba asistiendo a una conferencia sobre el famoso escritor alemán Hans Jacob Cristoph von Grimmenlshausen, autor de la reconocida novela Landstörzerin Courasche.

Siento no haberte podido ser útil en esta ocasión. Has de conformarte en saber que ese Brecht al menos escribió una tragedia llamada Madre Coraje y sus hijos estrenada en los albores del III Reich, el cual iba a perdurar tan sólo un milenio...

 


(Expansión del III Reich -color azul-)

 

De esta manera, minuciosa, rastreábamos la correspondencia inédita del doctor con Postrergénito López para poder descubrir, nosotros los CIENTÍFICOS FUTURISTAS, alguna nueva pista que se nos presentase sobre el devenir de nuestro idolatrado Juan sin Credo.

Además, por este motivo, fue como conocimos al mítico autodidacta aristacrático Otto von Pitten. Con nuestra nave intertemporal aparcada a la puerta de la Central, divertíamos nuestro aburrimiento lanzando mensajes al vacío. Nuestra sorpresa fue mayúscula al recibir una contestación a nuestras llamadas desde la compañía Berliner Ensemble, residente en el teatro Schiffbauerdamm -sede de las conferencias sobre la figura del inolvidable Hans von Grimmenlshausen-

 

(El teatro a principios del siglo XX)

 

Von Pitten también tenía conectado, en ese momento, un medidor de alta frecuencia, que lo estaba utilizando al coincidir con el descanso de una de las ponencias titulada Simplicius Simplicissimus, relato realista sobre la Guerra de los Treinta años. Nos comunicó que, por supuesto, conocía a Juan sin Credo y leía con delectación los escritos dispersos de su obra e, incluso, conservaba alguno en su poder, que tal vez adquirió en esta librería de viejo o en aquella feria de segunda mano o quién sabe si se lo había dado el propio autor allá por las postrimerías del siglo XVI en la Alcana de Toledo.

Igualmente, nos felicitó por nuestra gigantesca labor de recuperar toda la doctrina de Juan sin Credo, hasta el punto de obsequiarnos con uno de los documentos pertenecientes a sus índices y teclado. Este valioso texto contenía la fecha del 24 de febrero del 2010 y trataba sobre la dramaturgia de Madre Coraje y sus hijos, con una versión de Buero Vallejo y dirigida por Gerardo Vera en el teatro Valle-Inclán. No queriendo que ni un cañonazo más os tapone los ojos o nos ciegue los oídos, arrojamos las hilarantes palabras del santón nihilista a sus únicos y fieles lectores.

 

 (Apunten: ¡¡ FUEGO !!)

 

Siempre renegaré de las veladas teatrales en martes o miércoles, rompe decididamente mi adocenada rutina y me cuesta luego un triunfo llegar con fuerza al final de la semana. Aunque existen ocasiones para la excepción. La primera de ellas, por no decir la única, es el precio reducido de las butacas con motivo del día del espectador. Pagar casi veinte euros por localidad me parece un lujo excesivo para los tiempos que corren. Otra de las excepciones era volver a reencontrarnos en la sala, dos meses después del fiasco del Bodas en el María Guerrero, con Itxi Estúñiga y Lolo di´a Trives

Entrando al patio fuimos recibidos con una proyección de imágenes y sonidos bélicos. Con posterioridad apareció un número de revista interpretado por Carmen Conesa, rodeada de varios soldados, que cantó, con un tono grave de borrasca, una composición de origen napolitano, escrita a finales del siglo XIX por Aniello Califano y Enrico Canniola, titulada O surdato ´nnammurato.

(Chica de ayer tarde)

Elementos de extrañamiento tan característicos del teatro de Brecht, tantas veces comentados por Buero -como en la nota para el programa de su versión de la obra, editada por Escelicer en 1967- que dejan perplejo al espectador ante el inicio de la acción dramática.

Al fin está dará comienzo con la salida a escena del carromato tirado por la familia Fierling al completo. Este artilugio será la pieza más representativa del decorado en toda la función. Escasas son las escenas en las que no estará presente -como por ejemplo en la de la cantina- porque es el icono de la subsistencia de Madre Coraje. También son importantes, en el global de la escenografía, las columnas con focos que se mueven de izquierda a derecha, o viceversa, según la secuencia dramática y que soportan la llamada quinta pared.

(La familia Fierling)

Para mi gusto, hay un uso excesivo de este elemento visual. Opino que el espectador cuando acude al teatro quiere ver el gesto del actor o la actriz en vivo, nuevo con cada sesión. De esta manera, me parece que la imagen de profundo dolor de la Madre Coraje en pantalla al tener que sufrir en silencio la muerte de Caraqueso es muy significativa pero no deja de ser artificial. Con esto no quiero decir que el trabajo de Álvaro de Luna no sea de calidad, me parece un acierto esas proyecciones de la familia entre las trincheras, sin embargo resta credibilidad al conjunto de las interpretaciones del grupo actoral.

En cuanto al vestuario se puede decir que está bien elaborado. A los soldados se les ha querido dotar de una presencia eterna. Así los elementos que conforman su uniforme mezclan distintas etapas históricas. El morrión, casco de forma cónica con una cresta afilada y alas laterales levantadas, fue muy usado en el siglo XVI y XVII, contexto histórico en el que se sitúa la acción de la obra, aunque también aparecerán otras prendas de los militares del siglo XX. Mientras la ropa de la familia Fielding es oscura y hosca, la de un largo invierno bélico. Más agraciada en el color y en el corte serán los vestidos que lleva Yvette. El predicador, en cambio, tiene una vestimenta bastante anodina con ese sombrero de hongo o el guardapolvos granate.

(Casco Morrión)

Asimismo se pueden señalar como elementos reseñables dentro del atrezzo las ajadas banderas de un bando, (protestantes), o del otro, (católico) que tiene Madre Coraje en el carromato y que las ondeará según el nivel de conquista de cada uno de los ejércitos. De la misma manera para la caracterización de los soldados se empleará un diferente maquillaje en el rostro -cara blanca los protestantes, una cruz negra los católicos-

Continuando con el grupo de actores, confirmo que existe un predominio de la presencia femenina. Son las actrices las que cargan con el peso fuerte de la representación. Gracias a ellas la obra se mantiene. Primeramente con la protagonista, Mercé Aranega, que participa en un alto porcentaje de las escenas pero también he de destacar el excelente papel de Catalina, la hija muda, desempeñado por Malena Alterio.

 

(Madre Coraje y Catalina)

Con respecto a esta actriz, es digna de señalar, casi al final de la obra, la secuencia de su fusilamiento por querer avisar a la ciudad sitiada de la inminente invasión católica, donde la capacidad de expresión mediante sus gestos y sonidos guturales transmiten al espectador un alto sentimiento de conmiseración. Dentro de este triunvirato femenino también se encuentra Yvette, Carmen Conesa, que como señalé con anterioridad, abre la función con un número musical muy efectista.

Sin embargo, los actores están a remolque de las tres mujeres. Tanto los hijos, Fernando Soto en el papel de Eilif (el hijo mayor) y Críspulo Cabezas (en el de Caradequeso) como el predicador (José Pedro Carrió), o el cocinero (Gonzalo Cunill) se diluyen en la gruesa materia de una presencia secundaria para un movimiento escénico coral de soldados, sargentos, reclutadores, labradores o campesinos.

(El Autor)

En resumidas cuentas, una tolerable puesta en escena de una de las obras fundamentales de Brecht por el Gran Funcionario del CDN, con un elevado despliegue de medios técnicos, escénicos y económicos, que convierten a este tipo de teatro en una imposición de la Oficialidad Cultural, predominante frente a los rudimentos ancestrales del drama de otras compañías y otras apuestas que no cuentan con el beneplácito político de turno.

 

Dicen que Rivimar Saavedra de las Conesas y Juan sin Credo se tuvieron que marchar deprisa sin la necesaria puesta en común, después de cada función, en aras del cuidado de su bella cría. Dicen que de camino de vuelta Juan sin Credo pensó que siempre existirán los parásitos que se benefician de las desgracias de los demás, como Madre Coraje, sobre todo -tratándose de los tiempos de paz en los que él vivió- de aquellos ingratos que reciben subvenciones millonarias para mantener un monopolio cultural mientras se habla de alargar la vida laboral de los trabajadores o de congelar el sueldo de tantos funcionarios mileuristas.

(El Gran Funcionario)

 

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