LA VENUS DE STYLÓ (su agonía)
Mi amabilísimo doctor di´a Trives:
Finalmente estuve investigando sobre la desnuda figura de terracota que se había encontrado en las actuaciones realizadas para mejorar la calidad del tráfico, cercanas a la Sala del Montacargas. Parece ser que era una deidad femenina que rendía culto al legendario Tespis, considerado por la tradición como el iniciador de la tragedia y que, según Aristóteles, fue el primero en introducir a un personaje.
(Divinidades asociadas a la tragedia)
Por otro lado, me pareció sorprendente el parecido de esta figura con la de Ester Bellver, musa de la escena de dicha Sala durante parte del otoño y principios del invierno de la temporada 2009-2010, con un éxito absoluto.
Esta actriz debutó con dieciséis años en mundo del espectáculo trabajando como bailarina de Revista. Ha desempeñado papeles en nuestro teatro áureo, como en El Caballero del Olmedo, dirigido por José Pascual, o en el Burlador, (Dam Jemet). Así como en nuestros clásicos contemporáneos, como en Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte (José Luis Gómez), en Luces de Bohemia (Helena Pimienta), y Divinas palabras, (Gerardo Vera). Además en un sinfín de obras más como Las Troyanas (Eusebio Lázaro) o Fausto (Götz Loepelman) para recalar, definitivamente, con su apuesta personal arrolladora que tiene su próxima cita el próximo viernes 26 de febrero en el Teatro de la Iglesia de San Nicolás en Segovia.
(Iglesia de san Nicolás)
Así es la correspondencia de los fanáticos de la doctrina del incoercible Juan sin Credo. Mientras, la pesadumbre se había apoderado de nosotros, Los Científicos Futuristas. ¡Vaya faena que nos había hecho la Benemérita! Aunque pensándolo bien, tenían su disculpa si se beneficiaban las vidas humanas pues ya en nuestro tiempo las víctimas en los accidentes de tráfico se habían reducido en un alto porcentaje.
Pasábamos el hastío de la inactividad en nuestra Central de Alarmas cuando se encendieron las luces de aviso. Desde el Museo de Arte Abstracto Español, situado en las Casas Colgadas de la ciudad de Cuenca, nos llegaba una señal de urgencia. Entre las níveas paredes de tan laberíntico Museo, donde se encuentran las sugerentes formas del conocido delinialista de la ciudad -cercada por las mansas aguas del Júcar y del Húecar- Fernando Zóbel, apareció, misteriosamente, un lienzo con unas pinceladas desfiguradas que pretendía imitar la figura ancestral de una deidad femenina dedicada a Tespis.
(Casas colgadas)
Al haber dado positivo en un control de alcoholemia y retirarnos durante un mes el carné de naves intertemporales, decidimos adelantar nuestros relojes y presentarnos a principios del 2011, cuando el AVE, con varios meses de retraso en su inauguración, paraba ya en dicha ciudad camino de las tierras del Levante. Nuestros detectores de frecuencia delataron la impostura. No era arte abstracto, ni siquiera era flecha que podía competir en ARCO. Era algo distinto, un texto de nuestro idolatrado Juan sin Credo, fechado a 12 de febrero de 2010 en la Sala Montacargas, cuando asistió a ProtAgonizo de Ester Bellver. No queriendo retrasar ni un brochazo más mostramos, a sus únicos y fieles lectores, la paleta policromada nihilista de su imaginación para deleite y disfrute de sus escasos ratos de ocio.
Nuevamente crucé el río para encontrarme con el maestro Juan Antonio que me había insistido, ya desde finales de diciembre, para que viera ProtAgonizo. Departimos breves palabras cargadas de sosiego mientras esperábamos para subir al patio de butacas. En la sala -no apta para claustrofóbicos- el aforo completo, tanto que tuvieron que poner butacas en escena. Me quité el abrigo y la bufanda y apagué el móvil.
(Oye tú, tú que me miras...)
Tardaron en empezar colocando al público. La última en entrar fue la mejor actriz, según la academia cinematográfica española, en la gala de los Goyas que se celebraría dos días después. Para mi, casi dos horas más tarde, fue Ester Bellver, de la que la premiada también dio cuenta al acompañarla con estruendosas carcajadas y un fuerte batir de palmas desde su butaca en el escenario.
Frecuentan, ocasionalmente, mis retinas los desnudos cuando llega el estío y me marcho a la costa pero en escena siempre había sido reacio al desnudo sin fundamento. Ahora, cuando tal desnudo representa la configuración intrínseca del personaje me admira su tesón y valentía de enseñar su intimidad sin tapujos ni remordimientos. Grande y única en la escena como en las primeras tragedias griegas, donde el público representamos, a su vez, el papel de corifeo mudo pero repleto de sentidos.
(El decorado)
Tres espejos, uno en el centro y los otros dos a cada lado de forma oblicua, proyectaban la imagen repetida de Ester. Actriz total que maneja todos los registros y que irá desengranando, delirantemente, cuadro por cuadro, múltiples episodios de la vida en la que cada uno de nosotros somos el protagonista.
Retazos de su infancia, proyectos inacabados de su adolescencia, fracasos en la juventud, mediocridad en la madurez. Insatisfacción constante de las etapas por la que se sucede nuestra trayectoria existencial, marcadas con el ácido barniz de la ironía que hace brotar una desgarrada sorna, tan necesaria para la supervivencia del individuo.
(La gran Ester)
Destacaría el número de la primera menstruación. El mensaje que llega al espectador es, permítanme la expresión, sublime. La tragedia que supone el crecer, el temido paso del tiempo, la conciencia que se va adquiriendo por el abandono de uno de nosotros -la niña que muere-, para tener que ser otro más, otro distinto se muestra mediante el gesto de unos tiznajos de cera roja sobre las ingles. Una mínima señal para un significado enorme y trascendente.
También me gustaría señalar la crítica mordaz que se plantea a lo largo de las escenas sobre la educación religiosa recibida por Ester. Una educación, a todos modos, castrante, inadecuada, intolerante con los desdichados espíritus libres como los de la protagonista.
(Cartel anunciador)
En resumidas cuentas, una afortunada velada en la que se paladea con placer el elaborado trabajo de una esforzada actriz, que lleva tantos años peleándose sobre los escenarios para terminar siendo la mejor protagonista de su mejor obra, la de su propia vida.
Dicen que Juan sin Credo se despidió del Maestro que estaba en compañía de Chema de la Peña, no sin antes adquirir el texto de ProtAgonizo que leyó con devoción durante el viaje de vuelta. Dicen que Juan sin Credo observó su fragilidad literaria sin una presencia escénica que le proyecte el último contenido. Dicen que Juan sin Credo pensó que ese texto y la actriz son inseparables como son inseparables nuestras vidas de nuestras actuaciones diarias y que el fin de nuestra vida da muerte a nuestro texto dramático. Dicen que al llegar a su destino encendió su móvil y vio que había recibido un mensaje de un amigo de su adolescencia en el que le decía que había fallecido su padre. Fin del espectáculo, de la tragedia. Para ese padre había acabado el protagonismo.
(Requiescat in Protagonizam)
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Begoña -